jueves, 25 de octubre de 2012

REPORTAJE A FÉLIX DÍAZ

Miércoles, 24 de Octubre de 2012 22:25 "La imposición social de que somos pobres genera una ruptura de la dignidad humana" Liliana Giambelluca (Especial para Agencia Walsh) Un domingo lluvioso de octubre en Buenos Aires, el qarashe Félix Díaz habla de su vida y de sus derechos avasallados. De sus primeras labores y un pan duro como única paga. A los 18 años de edad aprendió el castellano. Se acercó a la iglesia evangélica pero lo separó de su mundo indígena. Considera que el acampe visibilizó los reclamos de la comunidad, pero la lucha continua. Afirma que el INAI es un instrumento legal del gobierno que no representa a los pueblos indígenas y el gobernador formoseño ignora los derechos ancestrales. Siente que camina por un campo minado. Cuatro veces atentaron contra su vida, pero asume su destino. EL ANTROPÓLOGO Y LA RELIGIÓN ¿En qué momento comenzó a comprender que debía conservar y defender la cosmovisión indígena? Apareció un antropólogo en mi casa que quería hacer su tesis doctoral. César Ceriani se llama. Trabajamos juntos durante casi dos años, él hacía entrevistas en la comunidad y yo era el traductor. Las respuestas de los ancianos eran excelentes, tenían sabiduría, y ahí me descubro a mí mismo. Fue como si me hubiesen sacado una venda de los ojos. Los ancianos tenían respuestas para preguntas que usted nunca se formuló. Nunca. Yo me había acercado a la religión y un anciano que tenía como 105 años, pasaba por mi casa y me exhortaba que tenía que ser fiel a mi gente. Me decía que la iglesia era "una forma de dominación silenciosa. No te vienen a amenazar ni a burlarse, entran suavemente pero después cuando se dan cuenta que ya sos presa, te tratan de otra forma". ¿A qué iglesia se acercó? A la evangélica. Yo salí del mundo indígena creyendo que era una solución para mí y para mi familia, y me olvidé de mi origen. La iglesia me enseñó que para ser civilizado debía ignorar de dónde venía y adoptar las reglas del cristianismo. Reglas de resignación y sometimiento. Sí, sí. Estuve muchos años y aunque me esforzaba no me sentía parte de ese espacio. En un momento perdí a dos de mis hijos. Los líderes religiosos prohibían la atención con un chaman porque era contra las reglas cristianas. Eso nos produjo un gran dolor y recién ahí me di cuenta que el amor por nuestros hijos no tiene comparación. 2F ¿Cuántos años tenían sus hijos? Dos meses y medio, Raúl; y Andrés iba a cumplir cinco años. ¿De qué murieron? De neumonía. ¿Aún en esa circunstancia la iglesia lo separó de su familia? Sí. No nos dábamos cuenta. Aceptábamos sus reglas. Nos enseñaron que la vida estaba destinada, que la salvación estaba arriba y no en la tierra, y que después de la muerte venía la recompensa. Yo creía porque los mensajes son constantes. Un adoctrinamiento. Así es. Después me rebelé porque había muchísimos hermanos que no estaban siendo atendidos en los hospitales. Yo peleaba para conseguir medicamentos y los conseguía, pero ellos nunca lograban que les dieran nada para los hermanos. Me preguntaba porqué nos hacían eso y me daba mucha bronca. Había una contradicción entre la palabra del Evangelio y los hechos. Los libros enseñan muy lindo. Nos obligaban a donar la décima parte de nuestras ganancias que teníamos de las changas o ventas de artesanías porque decían que el día de mañana podíamos necesitar auxilio y había dinero disponible. Pero ni siquiera conseguían medicamentos. Nunca nos daban nada. Ese engaño, con reglas contrarias a la vida indígena, lo viví durante diecisiete o dieciocho años. Cuando la Universidad Católica de Córdoba le otorgó el Doctorado Honoris Causa fue inevitable pensar en las prácticas históricas de la iglesia, ¿qué sintió usted cuando se enteró? Consideré que fue un reconocimiento importante a la lucha de los indígenas de la Argentina, no sólo de nuestra comunidad. Fue una distinción para aquellos que dieron su vida para que seamos visibles. Ellos se lo merecen, no un individuo. Por otro lado creo que mucha gente hoy valora nuestra voz, su mentalidad ha cambiado. En el mundo indígena también hay buenos y malos, y existen cosas negativas que muchas veces hacen difícil nuestra vida. El antropólogo que se acercó su comunidad, ¿aparece después que usted se aleja de la iglesia? Sí, yo tenía miedo porque la iglesia decía que los antropólogos les quitaban los órganos a los indígenas, pero pensé que debía escucharlo. Él lo acercó a su mundo del que lo habían separado. Él me hizo entender quiénes somos, de dónde venimos, quiénes eran nuestros padres y la importancia de reconocernos. Cuando él regresó a Buenos Aires, conseguí un grabador y volví a hablar con los ancianos. Uno de ellos me decía que lastimosamente nuestra historia no estaba escrita porque muchos de nuestros ancestros han desaparecido sin contar sus vivencias. El antropólogo Guillermo Magrasi, que investigó y escribió en torno a la vida de los indígenas, dijo que su preocupación eran "los pobres y los que sufren. Y los indígenas son los más pobres y los que más sufren." ¿Usted lo cree así? La verdad que para nosotros esa es una expresión impuesta por la sociedad. También dicen que el indígena es inútil y haragán. Es la mirada prejuiciosa del criollo. Creo que la imposición social de que somos pobres genera una ruptura de la dignidad humana porque nos enseñan a mendigar. Mi vida fue sin recursos económicos, sin padres pero no me consideraba pobre. Tenía riqueza espiritual y una buena relación con la naturaleza. Esa es la riqueza más importante en la vida del indígena. Ahora tengo el sostén de la familia y la libertad de poder seguir desarrollándome como persona. No me considero pobre. Sólo pido el respeto que nos merecemos y que nos den la posibilidad a los indígenas de demostrar nuestra capacidad, porque ahí está el valor de la vida.

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